
En el momento en que los inmigrantes llegan al país de destino, se encuentran en una clara situación de desventaja, en el mercado de trabajo, respecto del resto de trabajadores. Son muchas las limitaciones derivadas de las carencias lingüísticas, la falta de formación y cualificación, su reducida competitividad y su particular situación de persona inmigrante recién llegada a un lugar que no conoce y cuyos mecanismos y estructuras son completamente nuevas para él, a lo que hemos de unir ciertos prejuicios por parte de los contratantes. La educación y la experiencia en el mercado de trabajo de los inmigrantes es frecuentemente menos valorada que la de los nativos, probablemente porque el capital humano adquirido en el extranjero es sólo imperfectamente transferible a los circuitos locales del país de destino. Estamos ante un punto clave de cara a su integración sociolaboral y hemos, por consiguiente, de incidir en que los rendimientos de capital humano de los inmigrantes son menores a los de los nativos, pues la educación y la experiencia de los inmigrantes es considerablemente menor, de manera que se encuentran en una situación de partida en desventaja. De este modo van a acceder a nichos de mercado que demandan una menor especialización y cualificación, a la vez que firman contratos muchos más inestables y precarios, en el caso de que lo tengan, pues la economía sumergida, también, es muy común, principalmente en algunos sectores. Sin embargo, tras un tiempo, más o menos dilatado, los inmigrantes conocen mejor las características del país y el entramado productivo, a la vez que van adquiriendo destrezas y se hacen valer en su puesto, perdiéndose de vista las carencias y los prejuicios iniciales. A pesar de ello, la población autóctona sigue teniendo el convencimiento de que los trabajadores extranjero hacen aumentar el desempleo de los nativos y tienen un efecto reductor sobre los salarios.
Uno de los conceptos que más tiende a asociar con la inmigración y que es una realidad, aunque difícilmente cuantificable, es la economía sumergida, donde la participación de trabajadores inmigrantes es considerablemente mayor. La economía sumergida no es fruto de la inmigración, pues ya existía anteriormente, si bien es cierto que esta se alimenta de forma sobresaliente de la inmigración, principalmente la irregular, más cuando la inexistencia de papeles imposibilita la ocupación de los inmigrantes en otros trabajos.
Ante estas circunstancias y a las carencias formativas y cualificativas de la población inmigrante, Fernández y Ortega, 2008, establecen que:
- La tasa desempleo inmigrante es más vulnerable a las épocas de recesión económica.
- Al momento de su llegada, la participación laboral de los inmigrantes varones es mayor respecto a los nativos mientras que la femenina es menor, aunque esta tendencia, en ambos casos, con el paso de tiempo tiende a convergen con los autóctonos.
- A su llegada al país de origen, como es de esperar, las cifras de desempleo, tanto en hombre scomo en mujeres inmigrantes, es mayor respecto a la población nativa, aunque conforme pasa el tiempo se invierten las tornas y las tasas de desempleo autóctono superan a las de la población inmigrante.
- En cuanto a la temporalidad de los contratos son los hombres inmigrantes los que más la sufren a su llegada en comparación con la población autóctona, circunstancia que no comparten las mujeres cuya equiparación a las nativas es pareja. Esta variable no sufre cambios considerables con el paso del tiempo incluso la temporalidad se incrementa, principalmente, en el caso de las mujeres.
- Los inmigrantes acceden menos a los servicios y a las prestaciones sociales, incluidas las por desempleo.
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